viernes, 26 de abril de 2013

Descartes (Capítulo 6)


  Al entrar en la casa me dirigí a la cocina para dejar allí lo comprado, acto seguido subí a mi cuarto para desenvolver el regalo. 

  Rasgando el papel me percaté de que el regalo era un cuadro, y al terminar de quitar el envoltorio plástico que lo cubría, me dediqué a colgarlo sin prestar demasiada atención a lo pintado en él, esperaría a contemplarlo una vez colgado; esa era la forma idónea de observar un cuadro, una vez colgado justo encima de la pared.
 

 Retrocedí varios pasos, admirando aquella perfecta obra de arte, con unos degradados, sombras, colores , formas y detalles tan perfectos y exquisitos que era imposible no suspirar ante el asombro y la belleza.Un cuadro azuloso, con el rostro perfecto y dulce de un niño pequeño, haciendo puchero y de ojos cristalizados por el llanto.  Era muy intrigante, nunca había visto un cuadro como ése.


 Me perdí durante varios minutos dedicándole la mayor concentración a cada detalle, como  las lágrimas que casi parecían salir del cuadro, las mejillas sonrojadas dando un toque de calor al llanto, como ese primer llanto de un bebé al nacer,  el sonido de la vida. La mirada de este hermoso infante estaba enfocada en un plano distinto al del resto de la pintura, lo que daba la sensación de que sus ojos tenían vida propia y miraban perdida, pero fijamente, la ventana de la pared lateral de mi habitación. Era como un hermoso ángel. Y se veía muy bien sobre la pared.


 Resultaba curioso el hecho de que la persona que me regaló esta espectacular obra de arte, sepa cómo es la pared de mi cuarto, y que recuerde que sobre la misma yacía un reloj; y que encima, sepa que éste no servía, o mejor dicho, que era “Viejo y obsoleto”. Esto me daba pie para pensar en los posibles remitentes: Mi madre, Cheis y Karla.


 En primer lugar debí descartar a Karla por dos motivos: El primero es que Karla no era fanática de las artes, a menos que éstas estén directamente relacionadas con el sexo o la moda. Y la segunda es que lo escrito en la carta no tenía sentido alguno si la remitente fuese ella. Ése no era su estilo.


 Ahora sólo tenía 2 opciones: Mamá o Cheis. Pero este último ya me había dado un regalo, uno que cierto Ryan debía devolverme, yo había olvidado pedírselo el día que volví al club en busca de respuestas. Respuestas que generaron aún más preguntas.


Era inevitable que todas las imágenes pasaran por mi cabeza como un tren a máxima velocidad. La tensión volvía a tomar posesión de mi cuerpo cada vez que recordaba.


 Tras colocarme ropa cómoda decidí bajar a la sala, para dejar mis inseguridades, miedos, angustias y pensamientos, viajar a través del viejo piano  de mi casa. Si bien era muy viejo, yo me había encargado de mantenerlo en perfectas condiciones.


 
Acaricié las teclas del piano, me acomodé frente al mismo y dejé mis emociones fluir en una larga improvisación, donde mis dedos bailaban a merced de mis oídos, los cuales captaban las melodías susurradas por una musa desconocida. Nota tras nota. Acorde tras acorde. Una marea de inspiración estaba chocando mi alma en ese momento, y por alguna razón mi pulso se aceleró y con él, el resto de mi cuerpo. Iba rápido pero el sonido aunque tétrico era hermoso, especial, lo amaba. Mi musa se apoderaba de mí y sentía como esa sensación tan poderosa inundaba la casa.

 Yacía perdida entre los orgasmos de un pentagrama que sólo existía en destellos de mi mente. Cada vez se aceleraba la música como si algo me controlara, de pianissimo a fortissimo.


  Un repentino titilar de luces me  sacó de mi trance, y escuché cristales quebrándose como si de explosiones se tratasen. Me levanté rápidamente mirando todo a mi alrededor. Las bombillas de las lámparas de la sala habían explotado, y un vaso en la mesa cercana al piano, yacía roto en muchos pedacitos dispersos en el suelo.


 Exaltada examiné rápidamente las ventanas, buscando alguna apertura por la cual haya podido entrar una piedra o algo que explicara lo sucedido. Pero tras un momento de análisis entendí que era una hipótesis estúpida, todas las ventanas estaban cerradas, y si antes de la explosión vi un destello, era indicio de una falla eléctrica, un corto circuito o algo por el estilo que hizo explotar los bombillos.


 Salí de la casa para revisar los breakers de electricidad. Al observar detenidamente en el panel no vi nada inusual, lo único inusual fue el fuerte sonido de la puerta principal cerrándose de golpe.


 Asustada tomé una pala recostada de la cerca y corrí hacia la entrada, intenté entrar a la casa pero la puerta no cedía; cuando por fin lo hizo agarré con las dos manos la pala como preparada para defenderme en el caso de que fuese un robo, lo cual resultaba un poco ridículo; si alguien quisiese robar una casa seguramente estaría armado.

 Escuché las teclas del piano sonar cómo si algo estuviese caminando sobre ellas, y así era, allí estaban unos ojos filosos, esta vez eran azules, ojos azules de un gato blanco, escuálido y muy sucio.

- ¿Por qué ahora todos los de tu especie quieren matarme del susto? - Dije como esperando una respuesta, aunque obviamente eso no sucedería.- ¡Estúpidos animales!-.


El gato me vio fijamente, luego examinó toda la casa como en busca de algo. Yo sólo esperaba que no fuese un ratón.


Tras unos segundos el gato salió disparado en mi dirección y se escabulló por la puerta. Yo decidí tomar la escoba, limpiar el desastre de cristales rotos y luego colocar nuevas bombillas. Ya que tocar piano no había funcionado del todo para relajarme opté por tomar un baño.


Subí llené la bañera con agua caliente, me desvestí y me sumergí un rato y cuando comenzaba a relajarme comenzó a llover, lo que me relajó aún más. Al pasar un rato decidí hundí mi cabeza también. Al hacerlo me percaté de un sonido que antes no había podido escuchar a pesar de que, aunque se podía oír las gotas caer,  la casa estaba en completo silencio.


Con mis ojos cerrados traté de reconocer aquel sonido, era como varios golpeteos muy sincronizados, al unísono. Un gran trueno me sacó bruscamente del agua, y al darme cuenta de mi  reacción simplemente  no pude evitar reírme de mí misma.


Una vez seca y vestida bajé para calentar la pizza en el horno. 


Mientras preparaba y arreglaba las cosas de la cocina noté algo que me sorprendió y al mismo tiempo alivió bastante. En orilla del friegaplatos estaba un machacador con residuos blancos, al lado de éste se encontraba un frasco destapado  con unas pocas pastillas restantes dentro de él. El mismo frasco con drogas que juraría haber tirado a la basura.

Esta imagen me golpeo tan fuerte que tuve que sentarme para retomar lo sucedido las últimas horas y entender todo. 


No me llevó demasiado tiempo hallar respuestas, bastó con echar un vistazo a la jarra vacía que estaba dentro del friegaplatos. Mi mamá me había obligado indirectamente a tomarme las pastillas; sin darse cuenta, ella me había drogado.

Los golpeteos que me despertaron esta mañana eran los provenientes de la siguiente escena: Mi mamá machacando las pastillas para echarlas en el jugo y dármelas sin que yo lo notara.


Esto le daba sentido a mis alucinaciones que tuve esta mañana, la forma tan extraña en la que me sentía… ¡Maldita sea, casi muero!


Al ver la cantidad de pastillas que quedaban en el frasco, me asusté un poco, porque era una cantidad considerable de pastillas las que faltaban. Si bien no me mató la sobredosis, pude haber  muerto en la carretera, y quién sabe hasta cuándo me durarían los efectos, incluso todo lo que había vivido hasta entonces pudo ser alguna especie de sueño. La confusión cubrió mi cabeza una vez más; boté el frasco en la basura y me recosté en el mueble.


 En un cerrar y abrir de ojos la sala se bañó en un calor increíble, me faltaba el aire y mi vista era nublada entre destellos naranjas y nubes grises, escuchaba el crujir madera cediendo bajo su enemigo mortal.


 La migraña carcomía mi cabeza, sentía como si alguien estuviese intentando arrancarme la cabellera a costa de jalones.


 -¡ELIZABETH! ¡ELIZABETH! Escuché gritar-.

Una sacudida fuerte me despertó de mi pesadilla. El rostro preocupado de mi mamá me contemplaba con preocupación.

 - ¿Estás bien? ¿Puedes levantarte?-. 


Aunque sé que debía darle una respuesta, no pude; mi atención se fue rápidamente a mi izquierda, de donde provenía un potente calor, era el horno que estaba ardiendo. Rápidamente me levanté del suelo de la cocina, a la cual no recordaba haber entrado.

- ¡RÁPIDO ELIZABETH! – Gritaba mi madre mientras sacaba bajo el friegaplatos un extintor de fuego. – ¡APARTATE NIÑA! -. Acto seguido apagó el fuego proveniente del horno.


- ¿Qué demonios pasó aquí? ¿Te lastimaste? ¿Qué hacías tirada en el suelo?


- No lo sé, yo estaba dormida en el sofá y de repente me despertaste – Alcancé a decir entre tartamudeos.


- Fantástico, Elizabeth la sonámbula suicida. ¿En qué pensabas cuando te acostaste a dormir dejando el horno encendido?


- No sé yo estaba recostada y olvidé que había dejado la pizza en él y quedé dormida sin darme cuenta


- Sé más cuidadosa por favor. ¿Qué hubiese pasado si no llego temprano? ¡Habrías incendiado toda la casa!


- ¿Temprano? ¿No se supone que llegarías tarde?


- La lluvia impidió que mis ayudantes vinieran hoy, tuve que posponer todo para mañana. No me cambies el tema Elizabeth. Y ¿Por qué estás mojada, también dejaste el grifo abierto o qué?


- ¿Mojada?- Me examiné y estaba mojada por algunas partes, pero no había ningún escape de agua por ningún lado, y yo me había secado bien después de bañarme, incluso había secado mi cabello – No lo sé.


- Por lo visto no sabes nada de n
ada, estás perdida en el mundo, últimamente estás muy extraña no sé qué te pasa. ¿Estás deprimida por algo o por alguien? ¿Quieres suicidarte?-.

Me pareció un poco irónico que  dijera eso cuando  mi muerte habría podido ser culpa suya.   

- No seas absurda mamá, por favor.


- Sabes que puedes contar conmigo, puedes decirme lo que quieras.


- No pasa nada mamá, te lo juro.- Le respondí con una sonrisa y la abracé. - Por cierto, gracias por el regalo, es muy lindo,  me encanta.  


 - ¿De qué regalo hablas? – Me miró confundida.


- No te hagas la tonta, vamos.- La tomé de la mano y la arrastre conmigo hasta mi habitación.
Con mis manos tapando su visión, posicioné a mamá frente al cuadro.


- ¿Luce hermoso o no?- le dije mientras quitaba mis manos de su rostro.


Mi madre observó detenidamente el cuadro mientras se llevaba la mano a la boca conteniendo su asombro, lo cual me hizo dudar un poco acerca de mi conclusión. Tal vez el regalo no provenía de ella, tal vez sí fue cheis quien me lo regaló.


 Sólo fue hasta que asomé mi cara, para ver la expresión en el rostro de mi madre, que entendí que no contenía su asombro, sino su horror.


- ¿De dónde has sacado esto? – Preguntó con la voz muy baja 
y quebrada; mirando horrorizada y fijamente el cuadro.

- ¿Cómo que “de dónde”? ¿No me lo has regalado tú?-. Enseguida me miró con sus ojos cristalizados y llenos de ira. A continuación me cacheteó con toda su fuerza.