domingo, 10 de febrero de 2013

Un misterioso presente (Capítulo 5)



Me desperté temprano debido al ruido que hacía mi madre en la cocina. Después de prepararme, bajé para comer, el olor de la comida me atraía naturalmente.
-  ¿Cómo estás, mi cielo? ¿Te sientes mejor? ¿Lograste descansar? – Preguntó mi madre con ese tono de dulzura matutina tan suyo, totalmente distinto a su tono irritada por el trabajo.

-  Pues, de hecho, muy bien. Me siento descansada. – Contesté dedicándole una sonrisa. Me sentía bien a pesar de la noche que tuve.

-  Bueno, hoy te he preparado el desayuno, cómetelo todo. – Indicó mientras colocaba frente a mí, sobre la fría mesa amarilla, unos deliciosos waffles con mermelada de fresa y un jugo de fresas y moras.

Tras comer, subí nuevamente para cepillarme, no lo hacía antes de comer debido a que esto me causaba nauseas, la mezcla del sabor de la comida con la menta de la pasta dental era sencillamente desagradable. Mientras me cepillaba recordaba lo vivido en la madrugada, tratando de hallar sentido a todo y deteniéndome con calma en los detalles que lograba vislumbrar.

Al bajar hacia la puerta principal, mi madre me esperaba con una sonrisa.

-  Elizabeth, hoy me llegarán nuevas flores y otros artículos de jardinería, tengo trabajo atrasado y debo ponerme al día con la floristería, llegaré tarde.

 - Pero… necesitarás ayuda ¿Quieres que vaya?

-  Oh, por supuesto que necesitaré ayuda, pero para eso ya están las personas que contraté. No te preocupes. Abrígate que hace mucho frío y parece que va a llover.

- Está bien.-  Le di un beso en la mejilla y salí de casa en dirección al carro.

 El frío inundaba la mañana, colándose entre mis cabellos y  cayendo sobre mi cara en forma de gotas pequeñas. Mientras caminaba hacia el carro una sensación incomoda me invadió, alguien me estaba viendo fijamente. Me detuve un instante para recorrer el panorama con los ojos, mirando con cuidado entre los árboles del viejo parque que yacía frente a nuestra casa.

 No vi a nadie.

 Hice caso omiso a mi paranoia y seguí mi camino hasta entrar al vehículo. Dentro de este traté de relajarme un poco. El recordar las escenas de la madrugada me había puesto tensa nuevamente. Inhalé y exhalé hasta calmarme, encendiendo el auto y esperando unos minutos a que calentara el motor, preparándome para el recorrido.

 Volví  a sentir una mirada proveniente del exterior del auto. A través del retrovisor interno vi una sombra pasar rápidamente, no podría decir con exactitud qué era, debido a que las ventanas del auto estaban empañadas. Igual no me tomé molestia alguna en voltear para verificar lo que creía haber visto, inmediatamente pisé el acelerador y me apresuré en dejar a quién fuese, atrás.

  Ya habían pasado alrededor de 20 minutos y me encontraba a dos calles de mi instituto. Decidí confirmar por tercera vez que nadie me siguiese, aunque era obvio que ya nadie me seguía, aún así eché un vistazo al retrovisor interno. No había nadie en el camino, tal como esperaba, en cambio, había un hombre en mi asiento trasero.

 Me giré rápidamente pero ya no había nada, el miedo  estaba devorando mi cuerpo.  Sin darme cuenta, al voltear, había girado también el volante, lo que causó que cambiara de carril, en este se encontraba el mismo hombre que había visto hace un segundo en el asiento trasero. Giré el volante para intentar adentrarme nuevamente en mi carril, sin embargo, el carro patinó un poco sobre el pavimento y parecía fuera de mi control.

 El hombre seguía ahí, inmóvil en el camino, justo frente a mí, fue entonces cuando debido a la velocidad a la que iba, no pude hacer más y le atravesé con el vehículo.
 Lo extraño es que, literalmente, el hombre era quien atravesaba el carro, muy lentamente, como si de una película se tratase. Veía su cuerpo espectral adentrarse cada vez más hasta mi asiento y fue allí cuando su enorme mandíbula se dislocó y las comisuras de sus labios comenzaron a desgarrarse para dar paso al juego de siniestros y filosos dientes que guardaba en su boca. Podría escuchar como su estomago aclamaba por comida.

 Una ráfaga de bocinas ensordecedoras provenientes de todas partes me despertó de un sueño cuyo comienzo no percibí en momento alguno. Frente a mí ya no había un hombre sino una camioneta, la cual en una audaz maniobra logró esquivarme. Pisé el freno, más este no respondía, pisé una y otra vez, cada vez con más fuerza, todo en vano. Halé rápidamente del freno de emergencia y el carro se detuvo bruscamente sobre el jardín del instituto.

 Estaba inundada en terror y mi cuerpo temblaba en su totalidad, me tomó tiempo encontrar la manija en la puerta, cuando la hallé traté de bajarme rápidamente del carro, y en este intento me caí de el. En el suelo la cabeza me seguía dando vueltas. Unos brazos, sosteniendo mis hombros, me ayudaron a reincorporarme  y otra sensación llegó a mí.

 Eran sus ojos, nuevamente sus verdes y embriagadores ojos, protegidos por aquellas cejas perfectas arqueadas en una forma que daba cabida a muchas interpretaciones. Quizás estaba molesto, quizás estaba preocupado o quizás estaba triste. Su aroma inundaba todo el aire que respiraba y podía sentir como quemaba mis pulmones desde dentro.

- ¿Estás herida? ¿Te golpeaste? – . Posó su dedo sobre mi frente para romper con el ceño fruncido que traía conmigo.

Su voz, su voz atravesando mis oídos como un trueno ensordecedor y al mismo tiempo como una dulce orquesta. Su voz había hecho que mi cuerpo se erizara nuevamente. No podía decir una palabra, en ese instante había olvidado hasta la manera correcta de respirar.

 Las sombras que cubrían trazos de su cara, debido a la poca luz que brindaba el nublado cielo de aquella mañana, comenzaron a jugar en su rostro, formando una vez más el aspecto físico de aquella criatura que casi había devorado mi rostro durante mi sueño inconsciente hacía unos instantes en mi vehículo. 
  Instintivamente lo aparté de mí con rudeza tambaleándome sobre mis pasos hacia atrás, mi equilibrio sequía afectado.

-  ¿Qué te pasa? ¡Sólo trataba de ayudarte! – Dijo, alterado en respuesta a mi conducta.

-  Lo siento, es que estoy un poco desorientada.

-  Olvídalo, Déjalo así. – Sebástian dio media vuelta y se marchó con el rostro lleno de ira. 

-  ¡Elizabeth! -  Gritó Cheis a lo lejos.

De repente era consciente de que todo el instituto estaba concentrado en mí y el accidente que casi provoco. Era la nueva noticia del día y probablemente de toda la semana.

 Tras Cheis se encontraba Hillary, Kathe y el profesor Cárdenas. Todos con paso apresurado hacia mí.
Estuve la mayor parte del día explicando a casi 30 personas lo ocurrido, o mejor dicho, la versión que más me convenía: “Estaba conduciendo y me mareé por un fuerte dolor de cabeza, entonces perdí el control del carro. Intenté frenar pero los frenos no funcionan, no sé por qué”.

 Traté de convencer al director de que no estaba bajo los efectos de ningún estupefaciente ni de alcohol, él decidió creerme debido a que nunca he dado problemas de ningún tipo en el instituto; de hecho llamó una grúa para que llevara mi coche a un taller mecánico de su  confianza, ya que le preocupaba el hecho de que el freno no funcionara. 

 En la enfermería traté de convencer al personal de que no me había lastimado nada, no obstante decidieron que debía usar collarín al menos unos 5 días. Accedí falsamente, aunque sí me dolía un poco el cuello.   


 En el resto del instituto, traté de convencer, a quienes me preguntaban, de que estaba bien, de que no me pasaba nada, de que no tenía problemas en casa o de que no me estaba muriendo debido a  un posible desorden alimenticio.



 No me gustaba ser el centro de atención, así que me harté de tantas preguntas, consejos, chismorreo y decidí saltarme las dos clases restantes, pretendía irme a mi casa en autobús, pero me percaté de que estaba lloviendo muy fuerte. Opté por vagar sin rumbo alguno por los pasillos y me senté finalmente en un banco cuya vista daba hacia el jardín. Me encantaba ver la lluvia caer, era muy relajante. Quería dejar todo ir, entonces Sebástian vino a mi mente. Había sido un tanto mal agradecida con él, parecía preocupado, pero no pude evitar alejarlo después de lo que había visto.

 Después de deambular en mi mente por horas, Cheis me llevó a casa. En el camino le confesaba que antes del “casi accidente” tenía la sensación de que alguien estaba rondando la casa, que me sentía vigilada.
 Cheis me miró con cara pensativa.

- Tú lo que debes hacer es relajarte y tratar de dormir un poco te ves muy cansada- Dijo bordeando sus ojos con su dedo índice, en ademan a mis ojeras, a las cuales no les había prestado demasiada atención. Realmente parecía una muerta, mi aspecto era totalmente desfavorable.

- Entonces ¿Quiere usted que la deje en la puerta de su casa, hermosa princesa?

- ¿De verdad me veo hermosísima con estas ojeras?

-  mmmm… Pues no, pero entonces podrías ser la madrastra malvada.

- Ja ja ja, muy gracioso de tu parte. No, déjame en la próxima calle, tengo que pedir los tickets para el autobús,  después quiero comprar algo y me iré a mí casa caminando.

-  ¿Si sabes que puedo llevarte sin ningún problema verdad?

- Se nota demasiado que eres un chico inexperto en lo que a mujeres se refiere. Lo que realmente quiero decir es que deseo estar sola un rato, antes de llegar a casa.

- Después se quejan porque no hay caballeros… ¿Quién entiende a las mujeres?

- No seas dramático, Cheis. Bueno, aquí me bajo, adiós. – Se detuvo y después de darle un beso en la mejilla me bajé.

 Me Encontraba en el super mercado comprando coca-cola, una pizza instantánea y brownies, después de pagar salí del lugar para iniciar la caminata a casa, el camino estaba mojado por la lluvia que había caído en la mañana, y yo trataba de esquivar los salpicones enormes que causaban los carros que iban a gran velocidad por la carretera. Decidí no llevar puestos mis audífonos esta vez, quería escuchar el sonido de la naturaleza a medida que me alejaba del centro de la ciudad, ya que mi casa quedaba a las afueras de esta.
No sé cómo explicar lo siguiente, pero soy de ese tipo de personas que pueden recordar cosas a través del olor y en aquel camino la brisa llevaba consigo una fragancia peculiar, era el primer recuerdo de todos los que había en mi deficiente memoria.

 En el jardín de niños, a la hora de la siesta, cuando todo el lugar se encontraba en silencio y sin luz; aunque persistente, desde lo lejos, una luz muy opaca que se colaba de algún lugar que no recuerdo. En la casa de madera hecha para que los niños jugasen por las tardes, nos encontrábamos mi primer amor: “el niño más lindo que había en el mundo”  y yo, viéndonos el uno al otro fijamente, con nuestros corazones exaltados por la emoción y la adrenalina, hasta que él me dio un besito rápido en la mejilla. Después de quedar en estado de shock nos tapamos las caras por la pena y nuestras risitas nerviosas alertaron a la maestra de turno, encargada de vigilar que todos los niños duerman las horas correspondientes, al escucharla aproximarse al salón de la siesta, corrimos para acostarse cada uno en su colchoneta y hacerse el dormido.
 Sonreí al recordar “Mí primer beso”.



Tras vagar en algunos recuerdos sin tener noción alguna del tiempo, culminaba mi relajante y un tanto nostálgica caminata, estaba a unos pocos pasos de mi casa. A lo lejos, vi recostado de la puerta una tabla grande de madera, al llegar al frente de la puerta observé con más detalle y entendí que no era un pedazo de madera sino un paquete rectangular con una  nota pegada que al desdoblara decía:

-          ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, ELIZABETH!  
Sé que tu cumpleaños ya pasó, no tienes idea de cuánto lamento no haberte entregado antes tu regalo, pero los escasos planes que tenía no han salido como lo esperaba. 

De todas formas quería entregarte algo muy especial, algo que te hiciera recordar tu niñez, algo que probablemente no vayas a entender tan fácilmente, algo que nos ayudará a ti y a mí a descansar un poco.

Algo muy especial con lo que espero sueñes cada noche.
Hay parte de mí en esto.
Hay parte de ti en esto.

Guíndalo en esa pared con tapiz floreado donde cuelga tu reloj ya viejo y obsoleto.

Espero te guste
Adiós.



 Guardé la carta en mi boca y haciendo malabares con las bolsas y el regalo abrí la puerta y entré a casa.